martes, 29 de junio de 2010

El poder de la imaginación


No ha mucho tiempo, a esas horas en las que el insomnio se convierte en mi íntimo enemigo, vi un curioso documental en el canal televisivo National Geographic. Teorizaba este documental sobre las consecuencias que tendría la desaparición, de forma instantánea, de la raza humana. Ciertamente interesante.


Como es lógico no puedo reproducir aquí el documental en cuestión pero si puedo poner imágenes, a modo de resumen gráfico, que sirvan para clarificar lo que dicho programa nos mostraba a los televidentes insomnes.
Las primeras consecuencias resultaron un tanto obvias: Los aviones que en ese momento surcaban los cielos se estrellarían, los coches que circulasen les ocurriría un tanto de lo mismo, se pararían las maquinas cuando se les acabase el combustible, etc. etc.



Pasada esta obviedad la cosa empezó a ponerse interesante cuando una de las grandes y catastróficas consecuencias consistía en la explosión de todas las centrales nucleares del planeta debido a la falta de energía eléctrica y por tanto un fallo crucial en la refrigeración de los materiales radioactivos que se encuentran en grandes piscinas de agua en las distintas centrales nucleares.

Calle Marqués de Vistabella


Las calles, a priori ya desiertas de cualquier ser humano, se verían también desoladas de vida animal. Tan solo los lugares más alejados de la lluvia radioactiva mantendrían un halo de vida animal que sería a posteriori la que volvería a repoblar el planeta.
Tras una larga exposición de consecuencias me impactó mucho ver cómo, tanto la vida animal como la vegetal se regeneraría y curioso fue ver lo que ocurriría con las ciudades vacías al cabo de los siglos.

Puente en la rambla de las brujas


En primer lugar las construcciones metálicas realizadas por el hombre, y a falta de mantenimiento, empezarían a oxidarse siendo su deterioro evidente a los pocos años.

Rambla de las brujas

Rambla de las brujas

Rambla de las brujas


En segundo lugar se mostraba las construcciones civiles destinadas a encauzar el agua. Estas serían invadidas por la naturaleza provocando lo que denominaríamos catástrofes naturales pero que a falta del ser humano simplemente se podrían clasificar como la propia actuación de la naturaleza. Los pantanos acabarían reventando volviendo a regenerarse el total de los cursos de los ríos así como sus deltas. Las ramblas se poblarían de vegetación y con unas cuantas lluvias de carácter tormentoso acabarían inundando las riberas fertilizando así los campos de forma natural volviendo a crear humedales donde una vez los hubo.

Rambla de las brujas


Las carreteras y caminos asfaltados desaparecerían por los efectos erosionadores del agua, del viento y por el propio paso del tiempo que acabaría deteriorando la consistencia del asfalto.

Edificio Garach

Iglesia Mayor de Ntra. Sra. de la Encarnación


Lo más curioso fue ver la evolución de las ciudades.
El paso del tiempo, siempre el paso del tiempo, y la falta de mantenimiento supondría el envejecimiento de los edificios.

Edificio Garach


Pasado los efectos radioactivos la vegetación colonizaría edificios. Poco a poco las ciudades empezarían a parecerse a bosques fantasmas entre hormigón y el reino vegetal.

Polígono Industrial Alboran

Entrada a Motril por La Puchilla

Calle Camino de las cañas

Plaza de La Libertad


El asfalto y aceras en polígonos industriales, calles y plazas darían paso a la vegetación y la naturaleza volvería a apropiarse del terreno arrebatado por el hombre.

Entrada a Motril por La Puchilla


Y poco a poco cualquier vestigio humano acabaría desapareciendo recobrando la naturaleza su lugar, sin más rastro del hombre que el recuerdo de su propia existencia bajo la vegetación que todo lo invade.
Menos mal que solo era un documental de ficción y esas cosas, por lo menos en mi pueblerina ciudad, no ocurrirán

miércoles, 16 de junio de 2010

Fenómenos paranormales

Sucede de vez en cuando. Hay fenómenos meteorológicos de una periodicidad previsible y también existen los fenómenos paranormales que ocurren de forma esporádica con la incredulidad propia del desconocimiento a falta de una explicación científica. De un tiempo acá se produce un fenómeno propio de lo increíble y predecible como el tiempo y que me llama mucho la atención.


Les pongo en antecedentes: Imagínense en pleno mes de enero a un ciudadano español en cuyo coche, en la parte trasera, lleva entre los peluches que le regaló la novia y la típica pegatina haciendo alusión a la madre del conductor del coche que le antecede, una bufanda con los colores de la bandera española. Automáticamente no es catalogado de hortera por los peluches ni la pegatina sino que queda estigmatizado con el rango de facha. Desde ese momento se le supone altanero, chulesco y si no fuese por los peluches hasta se le podía tildar de pijo. Confluyen por tanto aquí dos peculiaridades; la primera es prejuzgar a un individuo como de derechas por el simple hecho de sentirse patriota y otra es presuponer que por ser de derechas ha de ser mala persona o como mínimo extremista, empalagosamente edulcorado en gomina y maliciosamente feliz a costa del sufrimiento del proletariado. Dicho sea de paso que si etimológicamente el adjetivo facha proviene de fascista el uso despectivo que se hace de este se le puede aplicar a muchas personas independientemente de su ideología política, de hecho, hoy por hoy el mayor facha que conozco es simpatizante socialista.

No les digo nada más si en vez de una bufanda en un coche se tratase de una bandera en un balcón o en cualquier negocio. Ahí ya no eres un simple facha cualquiera. Ahí estas confabulando contra el estado democrático y celebrando reuniones secretas propias de masones cantando el cara al sol con brazo izquierdo en alto (por aquello de mi conocido facha socialista).




Curiosamente y gracias al futbol esta situación cambia para asombro de propios y extraños. Se perfila pues el perfecto guión para un capitulo de Expediente X. De pronto y despojándonos de complejos y prejuicios la bandera española inunda y ondea en los lugares mas insólitos e inhóspitos. Nada queda ya del facha y sin saber por qué el orgullo patrio inunda comercios, calles, coches, ropa interior femenina, el comunista más recalcitrante se siente orgulloso de los colores de su patria y hasta los asesinos de ETA se sienten menos asesinos cuando se enfundan la camiseta de “La Roja”. El orgullo nacional aflora por todas partes y la necesidad de proclamarse español y orgulloso de sentirse español, ciudadano de esta España con sus virtudes y miserias, está por encima de cualquier sentimiento progre donde parece que lo de enarbolar la identidad española con banderas es algo parecido a lo de llevar un burka.

Tan empalagoso resulta el patriotismo norteamericano como triste el anti patriotismo español. Ya saben, en el equilibrio está la virtud. Debería ser tan normal el exhibirlo como el no hacerlo y dejar ya de una vez aparcadas las etiquetas que tanto nos gusta ir colocando a diestro y siniestro. Pasarán los días y por mucho que España gane el mundial este curioso fenómeno irá agonizando. Lástima, porque lo que ha unido el futbol que no lo separe el hombre.

miércoles, 9 de junio de 2010

Una paradoja


¿Qué haríamos si nos topásemos con el último animal de una especie al borde de la muerte por inanición pretendiendo comerse la última planta de una especie?

A priori, este planteamiento capcioso tiene una controvertida respuesta debido a lo peliagudo de la cuestión pues en cualquier caso una de las dos especies se extinguiría irremediablemente.

Algo parecido ocurre habida cuenta de la controversia originada por la negativa de un colectivo de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales, la FELGTB, a que en su desfile anual del orgullo gay impidan asistir al colectivo de gays y lesbianas semitas aludiendo que han pisoteado los derechos de los activistas que iban en la flotilla con ayuda humanitaria con destino a Gaza.

El tema resulta rocambolesco al darse la paradoja de que un colectivo defensor de los derechos humanos, para defender los de unos, pisotea los de otros. Quizá la respuesta a esta paradoja no está precisamente en dar respuesta sino en preguntarse el por qué de esta situación.