lunes, 4 de febrero de 2013

El sentido moral




     Hoy he sabido que el Consejo de Ministros ha aprobado un Real Decreto por el que se prohíbe experimentar con grandes simios tales como gorilas, chimpancés, orangutanes o bonobos.

     Buena noticia a priori y también a posteriori pero que no deja de ser esta una cuestión de las que  da que pesar sobre cómo funciona la moral del ser humano. Es obvio que este Real Decreto viene a sustentar la idea de que resulta moralmente reprobable el sufrimiento animal. Entiendo igualmente que este R.D. no es ni más ni menos que una demanda social a la que pocas personas podrán poner reparos y que por tanto es un acierto haber legislado sobre un sentir general de la sociedad. 



     Todo ello me lleva a una pregunta: ¿Por qué es reprobable el sufrimiento de estos grandes simios y no, por ejemplo, el de los ratones de laboratorio? No sería descabellado pensar que nos afecta moralmente el sufrimiento animal en función del tamaño de este porque normalmente no padecemos igual al ver una paloma agonizando en una plaza.  Sin embargo, si de tamaño se trata, no cuadra esta idea al pensar que una gran parte de la sociedad está a favor de las corridas de toros, que si por tamaño fuese, sería un animal muy protegido debido a sus dimensiones. ¿Se protege tanto a los simios por ser la rama no evolucionada del ser humano y en cierto modo nuestros semejantes? Tampoco cuadra esta idea pues proteger a los grandes simios y no a los pequeños primates descarta la hipótesis del parentesco. ¿Sacrificamos a los pequeños para el estudio científico aún traicionando a nuestra moral?


     A mis cortas entendederas creo que lo que nos hace reprobar moralmente el trato o maltrato animal no es lo realmente  correcto o no  sino nuestra educación o nuestra mala educación. Sabido es por ejemplo, que bien cocinado un conejo con arroz está de rechupete pero que es inaceptable comérselo en ciertos países al tenerlos por mascotas como por mascotas tenemos a los perros y en otros países son un manjar exquisito. 

     Los países nórdicos nos critican con diatribas exacerbadas sobre nuestra afición taurina, justo quienes gozan de una gran industria peletera haciendo con sus visones y animales análogos aquello que nos reprueban y que les causa repulsa. Los japoneses similar actitud hacia nuestra fiesta pero su industria ballenera es imparable. 

     No podemos reprimir nuestros sentimientos ante el sufrimiento de ciertos animales al igual que deberíamos comprender a aquellas personas que no comparten nuestro catálogo moral pero es justo esto lo que me lleva a pensar que nadie puede abanderar un sentimiento de protección animal sin ser señalado como enemigo de estos.  Nuestro sentido ético de las cosas nos hace señalar y reprobar a aquellas personas que carecen de ese mismo sentido pero nos ciega ante la posibilidad de pensar que el nuestro puede estar equivoado. Hoy toca hablar de animales pero la moral y la ética, bien o mal entendida se extiende a muchos aspectos de la sociedad y es por ello que el ser humano, como individuo, no es culpable sino una victima del propio ser humano cuando hablamos de este como parte de una sociedad. Una prueba de ello, aún siendo de las menos dramáticas, son los vegetarianos y los veganos a los que reniegan de cualquier sufrimiento animal entendiendo a estos como seres vivos como también lo es el reino vegetal.

     De todo esto hablaré otro día porque ahora, si me lo permiten y por si acaso, me voy a comer una palmera de chocolate para no herir sensibilidades, eso sí, será delante del televisor viendo torear a Morante de La Puebla.

miércoles, 30 de enero de 2013

De la inocencia y la varicela.



     La pérdida de la inocencia al igual que la varicela resulta incomoda cuando eres pequeño pero peligrosa a edad adulta. He podido con todo, desde el caso del político mangante de tres al cuarto como con los casos de corrupción más sangrantes que asolan de punta a punta a este país cuya lista es interminablemente contagiosa; desde la absurda ocupación de un despacho oficial para negocios particulares del hermano de Alfonso Guerra hasta la corrupción más absoluta de todos los  casos que hoy descorazonan a este país y que tienen engangrenada a nuestra casta política.
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     Vacunado con la actitud de quien hasta hoy consideré un hombre de estado, más allá de sus errores y de sus aciertos, Felipe González ha supuesto para mi durante todos estos años la triple vírica y hasta la antitetánica capaz de librarme de la merecidísima inquina hacia quienes han hecho una cueva, la de Ali Babá, de este país.
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     Pero hete aquí que la vacuna ha caducado y lejos de curar ha supuesto una reacción vírica capaz de tumbar al más saludable de los ciudadanos y hoy Felipe González Márquez ha mutado a la bacteria Yersinia pestis, más conocida como la peste, porque apesta su dimisión hace un mes como presidente del Consejo de Participación de Doñana, órgano garante de este espacio protegido. Porque apesta su puesto en la empresa Gas Natural que es la que ha obtenido permiso para almacenar gas natural en Doñana poniendo en peligro la biodiversidad de la que presumimos. Mal vendido te llamo.
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     Me cuidé muy mucho de los agentes patógenos que infectan la  política, concejales, alcaldes, consejeros, presidentes y hasta de los alérgenos de la Casa Real pero no te vi venir. Me has traicionado a mí y a mis ideales porque has vendido los tuyos y hoy no me dueles, pero me causas dolor.  A mis 43 añadas, que me rompas la inocencia sobre aquello que creía duele y no sabes de qué manera. Y me da que ni pagando el puñetero euro por receta exista quien me expida una capaz de curarme. Igual sobornando a algún medico consigo que  me recete sustancias prohibidas que no curan pero alivian.